Antropomorfismo, ¿mala palabra?
- Veronica Ventura
- 9 ago 2021
- 3 Min. de lectura
El Antropomorfismo es una de esas palabras que están de moda, que todos repetimos sin saber muy bien lo que quieren decir.
Muchas veces se usa como sinónimo de ignorancia, negligencia e incluso maltrato.
Pero Antropomorfismo no quiere decir tratar a los animales como que fueran humanos, sino que por definición significa atribuirle a los demás animales características humanas.
¿Y eso está tan mal? ¿Es tanto pecado?

Ya en el siglo XIX Charles Darwin propuso la idea Continuidad Evolutiva: que las diferencias entre las especies son de grado y no de clase.
Implica que si los humanos evolucionamos para poseer cierta capacidad, esta debe haber existido previamente de alguna forma en otros animales. Cuando se trata de adaptaciones exitosas, la evolución no es tacaña: las características útiles se mantienen y aparecen en diferentes especies.
Así como los humanos experimentamos por ejemplo, alegría y tristeza, también lo hacen los otros animales, aunque no quiere decir que la alegría sea la misma en las diferentes especies, al igual que tampoco las vidas internas de los individuos de la misma especie son necesariamente iguales.
Uno de los pilares básicos de la evolución es que todas las especies retienen ciertas similitudes y desarrollan ciertas diferencias, y debemos ser cuidadosos de no caer en la trampa de considerar a los humanos como el único molde para las comparaciones y para entender a otras especies.
Obviamente hay límites para lo que podemos saber de lo que pasa dentro de la mente de los demás animales (e incluso en humanos), y siempre vamos a tener incertidumbre de lo que piensan y sienten. Pero esto NO es una razón para negar en ellos la existencia de las emociones ni las capacidades mentales complejas.
La ausencia de prueba no es prueba de la ausencia: Es inadmisible que la falta de
evidencia en un tema para justificar tratos que atenten contra el bienestar de cualquier individuo.
Los perros tienen vidas internas intensas y diversas, pudiendo experimentar (al menos) el amplio rango de lo que se llaman "emociones primaras", que son básicas para la supervivencia y no requieren capacidades cognitivas demasiado complejas para sentirlas. La alegría, tristeza, enojo, placer, miedo y dolor son algunas de estas emociones biológicamente fundacionales que compartimos la mayoría de los mamíferos. Nos habilitan a otras experiencias internas más amplias y duraderas (¿sentimientos?) como el amor, el sufrimiento, la ansiedad y la depresión.
Por otro lado tenemos las "emociones secundarias", como ser los celos, la culpa, la vergüenza, el orgullo, el resentimiento y la compasión (entre otras) que requieren cierto nivel de auto-consciencia y teoría de la mente para ser experimentadas. Si bien el estudio de su presencia en otros animales está en continua investigación, la evidencia sugiere que los perros podrían vivir al menos formas simples de algunas de ellas.
Por lo tanto, cuando reconocemos y nombramos las emociones en otros animales, no estamos poniendo algo humano en ellos. Solamente estamos usando el lenguaje humano para comunicar lo que vemos y entendemos.
La empatía, el viejo y conocido “ponerse en el lugar del otro”, implica poder identificarnos con lo que siente y piensa ese otro. Es un requisito fundamental para las interacciones sociales complejas a largo plazo, ya que permite conectarnos con los demás a través de las experiencias internas compartidas. Permite, entre otras cosas, la reciprocidad en los vínculos, pudiendo inferir por ejemplo que el otro tiene la capacidad de quererme al igual que yo lo quiero a el o ella. ¿Qué importante, no?
Es cierto que es posible proyectar un entendimiento falso en los animales, pero muchas veces no podemos evitar usar el lenguaje que conocemos para describirlos, por lo que es necesario y muy crítico poder hacerlo de forma cuidadosa y teniendo en cuenta quiénes son esos individuos a los que nos referimos.
Diferente no significa inferior.
Obviamente que es un error tratar a los demás animales como si fueran humanos. No porque sean menos, sino que al ser de otra especie con su propia historia evolutiva hace que sus características y requerimientos sean diferentes también. Y si los tratamos como humanos, corremos el riesgo de ignorar y pasar por alto necesidades únicas importantes para ese individuo.
Por eso el Antropomorfismo no es inherentemente malo.
Simplemente hay veces que reconocer ciertas características familiares en los otros animales no los hace más humanos, sino que nos recuerda que todos somos más animales.
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